Alejandro
Alejandro es vigilante de museo. Un hombre discreto, de mediana edad. Todos los días se levanta temprano para ir a la biblioteca, donde la gusta pasar parte de la jornada leyendo, unas veces libros de historia, otras novelas. Después de comer comienza su turno en el museo. Allí indica a los visitantes las normas de conducta y resuelve sus ocasionales dudas. Está orgulloso de los conocimientos de egiptología que ha adquirido en sus visitas a la biblioteca, y no duda en compartirlos con todo el que quiere escucharle. La sala I de egiptología, “mi sala”, como le gusta llamarle, es su tesoro, lo considera un poco propia. Trabaja en el Museo Arqueológico Nacional.
De entre todas las piezas de excepcional valor que vigila cada día, hay unas cuantas que le emocionan especialmente; el sarcófago de la reina Hastseput, esas momias anónimas de las vitrinas del fondo, la colección de joyería... Pero de todas ellas hay una, una que es especial para él. Ese busto grandioso, magnífico, algo despigmentado de la Reina de Egipto Tiy.
Está enamorado de ella, de la forma en que sólo un egiptólogo puede estarlo... y un poquito más. Durante las horas de menos afluencia de público, se sienta en un banco y estudia su cabello trenzado, su mirada altiva, sus pechos descubiertos. Su parte crítica decide que necesita una restauración. Su corazón se dedica a imaginar cómo sería el resto de su cuerpo, sus brazos, el tronco perfecto, de caderas estrechas; las piernas largas, torneadas, la piel lechosa. Sus dulces pies pintados, pequeños, a juego con sus manos. La mirada del busto le hipnotiza. Siempre llega alguien y le saca del trance, le obliga a alejarse, a disgusto, de su pequeña obsesión.
Como cada día sale del museo media hora después del cierre. Como cada día se despide de ella antes de apagar las luces de la sala dejándola sola, a oscuras. Le gustaría tanto llevarla consigo. Pero no puede ser, se resigna de nuevo y cierra las puertas que conectan la alarma del museo. Piensa, en que cuando llegue a casa, hará un boceto suyo. Se ha aficionado a pintar, es una forma de no perderla por las noches. Saluda a los compañeros y sale del museo a la naciente noche. Cruza la calle, cogerá el autobús en la parada de siempre. Hay algo especial en el ambiente, no sabe muy bien que es. Tiene la sensación de no haberse marchado de la sala, aún ve su cuerpo imaginado, perfecto.
Un claxon, pavorosamente cerca, destroza sus oídos. El impacto llena su cuerpo, un instante de dolor insoportable y desgarrador. Luego, la oscuridad.
Una voz susurra a su alrededor, dentro y fuera. “Alejandro...” Abre los ojos con dificultad, la luz le deslumbra. Unas manos suaves acarician su rostro, se prolongan en unos brazos perfectos, unos perfectos pechos... y ella. Su Reina de Egipto, su dama, está allí en todo su esplendor, centímetro a centímetro de piel nívea, la mirada dulce, los labios brillantes. A su alrededor, acogiéndolos, un lujoso palacio, profusamente decorado. Esclavos con abanicos, incluso un leopardo encadenado... y ella. No puede creerlo, se levanta del lecho en el que reposaba, ella se incorpora a su vez, arrebatadora en su belleza. Alejandro intenta decir algo, no le salen las palabras, ella sella su boca con un dedo, después con los labios. Se funden en un abrazo intenso, apasionado. Desearía beber de ella siempre, para siempre... Todo se desvanece en el abrazo, luego el abrazo mismo, convertido en oscuridad, se diluye en la nada.
- Hora de la muerte, 20:50. Lugar: Calle de Serrano, Madrid. Muy bien, llévale el certificado al juez. Pobre hombre, no se como pudo resistir tanto tiempo después del atropello. En fin, vámonos, ya no podemos hacer nada.
Cargan el cuerpo de Alejandro en el furgón judicial, envuelto en un negro sudario. La sirena se pierde en el cielo de la noche y mientras, en la sala I de egiptología, a oscuras, en soledad, alguien llora.
Alexander is a museum watchman. A discreet, middle-aged man. Every day rises early to go to the library, where he enjoyes spending part of the day reading history books and novels. His turn in the museum begins after lunch . There he indicates to the visitors the conduct norms and solves their occasional doubts. He is proud of the Egyptology knowledge he has acquired in his visits to the library, and nondoubt in sharing them with any one who wants to listen to him. Room I of Egyptology, "my room", as he likes to call it, is his treasure, considers a little own. He works in the National Archaeological Museum.
Of between all the pieces of exceptional value he watches every day, there are a few loved by him specially; the sarcophagus of queen Hastseput, those anonymous mummies of the display cabinets at the bottom, the collection of jewelry shop... But of all of them there is one, one that is special for him. That huge, magnificent bust, some peeled of Reina of Egypt Tiy.
He is enamored with her, the way only a Egyptology expert can be in... and just a little bit more. During the hours of less affluence of public, one feels in a bank and hestudies her braided hair, her arrogant glance, her discovered chests. His critical mind decides that she needs a restoration. His heart is dedicated to imagine how would be the rest of her body, her arms, the perfect trunk, of narrow hips; the long turned legs, the milky skin. Her sweet painted, small feet, a pair to her hands. The glance of the bust hypnotizes to him. Somebody always arrives and removes him from the trance, forces to move away to him, to misfortune of his small obsession.
As every day, leaves the museum half an hour after the closing. As every day, wabes to her before extinguishing the lights of the room leaving her alone in the dark. He would like so much to take her with him... But it cannot be, he resignes again and closes the doors which connect the alarm of the museum. He thinks, when he arrives home, in making a sketch of her. He has become fond of painting, that is a form of not losing her by nights. He greets the companions and leaves from the museum to the rising night. He'll cross the street and take the bus in the shutdown as always. There is something special in the atmosphere, does not know very well what it is. He has the sensation of not to have marched the room, still sees her imagined, perfect body.
A horn, dreadfully close, destroys his ears. The impact fills his body, a moment of unbearable and heartrendering pain. Soon, the dark.
A voice whispers around him, inside and outside. "Alexander..." He opens his eyes with difficulty, the light dazzles him. Smooth hands caress his face, extend in perfect arms, perfect chests... and she. His Queen of Egypt, his lady, is there in all her splendor, centimeter to centimeter of snowy skin, the sweet glance, the shining lips. Around them, welcoming them, a luxurious palace, profusely decorated. Slaves with fans, even a chained leopard... and she. He cannot believe it, rises of the bed in which he rested, she gets up herself as well, captivating in her beauty. Alexander tries to say something, no words come to him, she seals his mouth with a finger, later with her lips. They are burned on an intense, enthusiastic hug. He wishes to always drink of her, always... Everything vanishes in the hug, soon the same hug, turned the dark, is diluted in the anything.
- "Hour of the death, 20:50. Place: Street of Serrano, Madrid. Very well, take with you the certificate to the judge. Poor man, I don't Know how is posible he could resist so much time after the upsetting. Well, let's go now, we no longer can do nothing here". They load the body of Alexander in the judicial van, surrounded in a black shroud. The siren loses itself at night in the sky and while, in room I of Egyptology, in the dark, in solitude, somebody cries.